Porque se lo merece, hoy recuerdo a un deportista tímido.
Hay un pequeño pueblo en el Ampurdán, de nombre Bellcaire y que tiene poco más de 600 habitantes, que siempre agradecerá a Tito Vilanova
que le colocase en el mapa, el mejor embajador posible y motivo de
orgullo para la buena gente del lugar que un día presidió representando a
CiU el padre del triste protagonista.
Hoy lloran la pérdida del vecino más querido, que se va a los 45 años después de luchar desde 2011 contra un cáncer, hombre que se ganó el cariño de todo el mundo del fútbol porque, ante todo, era buena persona. Ahora nace el mito de un entrenador
que ya apuntaba maneras de niño, interminables tardes golpeando a la
pared con el balón mientras sacaba con buena nota los estudios. El Barça
pierde parte de su esencia.
Tito, educado y prudente, se despertaba pensando en la pelota y a los 13 años ya saltó a La Masía,
el paraíso para cualquier crío que sueña con ser algún día la estrella
del Camp Nou. A Vilanova le quedó grande el templo azulgrana porque su carrera como jugador nunca fue de primer nivel, un jornalero que se ganó la vida con escudos secundarios.
Estuvo en el filial del Barça y
luego pasó por el Figueras, el Celta, el Badajoz, el Mallorca, el Lérida
y el Elche para acabar en el Gramanet, futbolista con buen toque y
excelente disposición táctica al que la gloria le llegaría vistiendo
corbata. Más que nada porque llegó a ser el dueño de uno de los banquillos más reputados, heredero natural de su íntimo Pep Guardiola. Era Tito Vilanova, un cerebro privilegiado. Era el gran desconocido.
Porque de Vilanova siempre se
obtiene la misma respuesta, independientemente de a quién se le
pregunte. «Es tímido, muy reservado». Y así de puerta en puerta,
idéntica definición sin que eso sea un defecto. Dicen los que le
conocían que esa timidez no le condicionaba a la hora de tomar
decisiones arriesgadas, que era un tipo que iba de frente
y que si creía conveniente reservar a Messi para darle descanso, lo
hacía. De hecho, ya sucedió con todo lo que ello implica, pues a
Guardiola casi nunca le dio por sentar al argentino.
Es un detalle, pero basta para presentarle. Vilanova era lo que aparentaba ante las cámaras,tranquilidad y reflexión.
Sus ruedas de prensa duraban menos de la mitad que las de Guardiola
porque su lenguaje no encandilaba tanto y porque no tenía la misma
capacidad oratoria. «Ahí siempre perderé, en esa y en cualquier
comparación», aceptó desde el principio. Vilanova, modesto, no era de
sermones. Simplemente, era un hombre de fútbol.
Y de eso sabía bastante. Trabajaba sin parar y estudiaba más que nadie, señalado públicamente como el estratega de la era Guardiola. A Vilanova le correspondía estudiar a los rivales y es innegable su aportación a ese Barça todopoderoso
que obtuvo catorce de diecinueve títulos en cuatro cursos. Ya era así
desde que entró en La Masía, académico y muy buen analista.
Por ello fue a buscarle Guardiola, con quien coincidió en el fútbol base
y en donde forjaron una muy buena amistad. Había muchos aspectos
diferenciales entre los dos técnicos, pero las rutinas eran
prácticamente calcadas. Eludía las concentraciones, no concedía
entrevistas personalizadas y trató de que la transición fuera lo menos
traumática posible.
Mantuvo la esencia del conjunto azulgrana y logró una Liga histórica, igualando los cien puntos que firmó el Madrid de Mourinho, y lo hizo con sus formas, con sus silencios, con su discreción. La misma que exigió cuando desveló que tenía cáncer.
En todo este viaje le acompañó Montse Chaure, su esposa desde 1992 y con quien intimó desde los 18 años. Vilanova deja una hija, Carlota, y un hijo, Adrià,
futbolista que se curte en La Masía. Adoraba algo tan sencillo como
pasear, la paella y la música, tan meticuloso que le llamaban «El
Marqués». Se despide un entrenador de pueblo, tan sencillo y campechano.
Descanse en Paz Tito Vilanova
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