miércoles, 11 de abril de 2018

Tenía ganas de decirlo





¿Cómo hablar sin molestar?, ¿sin dañar?, ¿sin herir?. A veces actuamos como robots, sin que la cabeza ni el corazón formen parte de nuestras decisiones, de nuestras actitudes. ¿Cómo dices a la cara algo que va a doler?, ¿por qué callarte con alguien por mostrar tus pensamientos?. La persona es cobarde y alocada a partes iguales. Somos cobardes porque no nos atrevemos a dar pasos en la vida por miedo al qué dirán. Vivimos inmersos en un continuo postureo, donde hacemos lo que los seres sociales hacen diferenciándonos muy poco de los robots. Además de tener raciocinio, aun no usándolo en la mayor parte del tiempo.
 
¿Por qué nos aposentamos en nuestra zona de confort?. Si somos alocados y cobardes, también somos seres cómodos. Cómodos en la rutina, en el hacer lo mismo siempre y en el ser incapaces de salir de mi línea de vida. Nadie nos ha puesto una directriz, a no ser los valores integrados de nuestros padres, para hacer lo que deseemos. Por supuesto que los padres quieren lo mejor para los hijos. Yo no soy padre, pero creo que querré para los míos lo mejor. Que estén satisfechos con su vida, que estudien, que sean leales, que aspiren en la vida, que hagan el bien. No tanto el ser el mejor médico, o que estudien una carrera, sino que sean conscientes que con lo que tienen en sus manos, pueden llegar a ser un poco felices en la vida.
 
La felicidad es un concepto que en su definición integra no existe como tal. No somos felices siempre. Pero la buscamos en todos nuestros actos. Muchas veces somos demasiado pobres de espíritu por aspirar a ser lo que no podemos llegar. Buscamos la felicidad en la compasión, en el beneplácito para con los demás, cuando no somos coherentes con nosotros mismos. Cuando tenemos que ver que si con lo que somos y lo que tenemos, podemos llegar a un cierto punto de felicidad.
 
Los seres humanos como seres sociales somos también mentirosos. Pretendemos lo que no podemos. Aspiramos a lo que no llegamos. Escondemos lo que nos avergüenza. Engañamos lo que va a doler. Mentimos para salvarnos. En relaciones, llegamos a un punto de pretender hacer ver a la otra persona algo que ni nosotros entendemos. Somos osados. Queremos tener dos a no tener nada. Teniendo uno. Somos egoístas. Desconocemos lo que queremos. Pero queremos tenerlo. No nos dirigimos hacia la elección sino a la posesión. Negamos la soledad como forma de vida, cuando en realidad te puede dar las claves para conocer. Queremos vivir en un engaño. Pero somos personas. Vitales. Somos seres que queriendo o no, y contestando a las primeras preguntas, dañamos.
 
Antes no se me ocurriría decirlo, pero hay aspectos en nosotros mismos, similares a los animales. Vivimos en el poseer antes que en el querer. Atribuimos a nuestras decisiones el deseo antes que el amor. Pretendemos antes que conocernos. Somos veloces, pero mayoritariamente somos lentos, y llegamos tarde. En decisiones, en actitudes, en respuestas.
 
Miramos a los ojos de una manera vanal cuando en nuestro interior queremos conseguir que conozcan nuestra esencia. Pero, repito, pretendemos ser. Pero no queremos ser. Ligamos las líneas de la vida al perfil mayoritario. Cuando en la vida, muchas decisiones que tomamos, vienen solas. No hace falta llamarlas muy alto.
 
Nos entristece la soledad. Pero lo que realmente nos maltrata, es el saberse acompañado de una persona que te hace sentir solo. Queramos un compartir, un hablar, un escuchar. Un nutrirse con el otro. No busquemos solo la carnalidad. El pellejo dura mas que la piel fina. La arruga destaca sobre el colorete. No somos eternos. Decisión que pasa, vuelo que pierdes.
 
Palabra que dejas ir, decisión rota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario