miércoles, 9 de enero de 2013

Mi cuarto escrito: la tristeza




(Este año se cumplen seis años del trágico accidente. Han pasado los días, los meses, los momentos malos, malísimos e infernales. Con la mente despejada, con una actitud relajada y firme, y con un pasado restaurado, me dispongo a relataros la tarde que cambió la vida de un jóven, aquella tarde de Verano del 2007, tarde calurosa y festiva, al coincidir con la festividad de Santiago Apóstol, pero gris y sombría a la vez).

Pasaban diez minutos de las cinco de la tarde.

El destino tal vez, ó el devenir de la vida, con sorpresas en su camino, hicieron que todo cambiase. Como si de un soplido se tratara, ó de un relámpago en las tardes de Otoño. Una caída, ni un sólo grito, la inestimable ayuda de ella, la llamada urgente de él, la siempre rápida atención de los profesionales, hicieron que el camino fuese negro, sofocante, caluroso y frío a la vez. No había tráfico, sólo las luces intermitentes, naranjas, rojas, blancas, parpadeaban para dar paso a la vida. A las vidas.

Ingenuidad por una parte, realidad por otra. Momentos de confusión, de incertidumbre, de caos, de desconcierto, dieron paso, a momentos de amargura, de desolación, de tristeza. Nadie decía nada, todo eran interrogantes, sin respuestas, sólo quedó la verdad que otorga el tiempo. La unidad lo es todo, la unidad de la familia, soporte donde caer, donde derrumbarte, y donde sostenerte.

Su rostro cambió. Vida, solo se pedía vida. Nada más. Compañía. Días sin dormir, las lágrimas no existían, sólo se ansiaba el saber que mejoraba, pero era lento, fue lento, y doloroso. Días interminables, las vidas se olvidaron, sólo existía una vida. Sólo existía la esperanza de un futuro, de un futuro de buena vida.

Por lo menos, la vida se mantenía, que era mucho. La lucha por la mejoría no cesaba, pero continuaba la incertidumbre por el futuro. Ingrato futuro que se ríe de la gente. Tiempos de soledad, de tristeza, de pena, fue solventada por la compañía de los seres queridos, inestimable ayuda que siempre fue importante, fue vital, y fue la carga de nuestras pilas. Carga diaría.

Todos los días eran diferentes. Se esperaba el cambio, el buen cambio, la mejoría. La incertidumbre minaba los cuerpos y las mentes de la compañía. Tardes distantes, y vidas minadas, minadas.

Pasaron cincuenta días, cincuenta noches, largas, eternas.

Una operación le cambió la vida, se la salvó. La salida fue una puerta, fue un paso hacía delante, pero también fue un paso hacía atrás, porque el miedo, la inexperiencia, y el cambio de vida se adentraron para no salir. Seis años de cambios, de terribles momentos que fueron eternos.

El descubrimiento de nuevas personas que ayudaron, y que fortalecieron un camino de obstáculos, donde las noches sin sueño, los días sin fín, y numerosos momentos que quedarán en el baúl de las cosas tristes, con candado sin llave.

La vida en casa no fue mejor que en el hospital.

Fueron meses muy duros, y mas todavía con la compañía de una persona enferma, de una persona distinta que hizo que cambiara la vida, y también la forma de verla. La vida cambió, y para siempre. Con voluntad de cambio, pero coincidió con tardes tristes, grises, sombrías.

La monotonía invadió el hogar, mejor dicho la casa. Los días eran iguales, las noches sin embargo fueron cambiando. No eran gritos desesperados de ayuda, eran silencios, epílogo de una nueva era. Fueron meses de cambios, y de puestas a punto. También se unieron a momentos de soledad, soledad buscada.

La agonía, las lágrimas, la tristeza, y las ganas de que acabase todo, dieron la bienvenida a una época tranquila, a una temporada gris, pero ya, gris azulada, se podía ver en el horizonte la salída de un túnel que comenzó una tarde de Verano.

Diferentes formas de ver la vida, pero un factor común: la vida.

La ayuda, la compañía, y ante todo, la fuerza interior fueron indispensables en un cambio que siempre será recordado como el peor día de la vida de un jóven que aprendió que la vida tiene diferentes colores, y no siempre son los que uno quiere.


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