En la soledad de su celda de la cárcel de Zuera (Zaragoza)
Miguel Ricart, el único condenado por el asesinato de Miriam, Toñi y
Desirée, comenzaba a saborear hace años la inminencia relativa de su
salida de prisión, prevista para 2011. Pero la Audiencia de Valencia le
aplicó la doctrina Parot y retrasó su salida hasta 2023, hasta que el
Tribunal de Estrasburgo tumbó la doctrina impuesta por el Supremo y
comenzó la excarcelación de terroristas, violadores y asesinos. Desde
entonces hasta hoy, Ricart probó también las celdas de la cárcel de
Ciudad Real, desde donde saldrá en libertad.
Miguel Ricart, nacido en Catarroja, tiene detrás de sí un
amplio historial penitenciario. Su primer contacto con una cárcel se
remonta a 1992, cuando fue condenado a dos años y cinco meses por
tráfico de drogas. Pronto quedó de nuevo en libertad y el 13 de
noviembre de ese mismo año, junto a su amigo Antonio Anglés, secuestró,
torturó, violó y asesinó a las niñas de Alcàsser. Su detención se
produjo en enero del siguiente año, pocas horas después de que se
encontraran los cadáveres de las víctimas en el paraje La Romana de
Tous. Desde ese día nunca ha vuelto a tener un minuto de libertad.
El 31 de enero y el 2 de marzo de 1993, poco después de su
detención, Ricart admitió ante los forenses de los juzgados de Alzira
Francisco Ros Plaza y Manuel Fonollosa González su implicación en los
siniestros crímenes: "Refiere que estuvo implicado y que era en todo
momento consciente de lo que ocurría -dice el informe de los peritos-.
Conservó en todo momento una correcta percepción del conjunto de
circunstancias en relación con lo sucedido (...) Hace mención a que su
voluntad se encontraba fuertemente condicionada por el temor. Antonio
Anglés le impedía con sus amenazas actuar de otro modo (...) Explica que
se encontró arrastrado por una corriente 'en la que te dejas llevar y
no sabes realmente cómo salir' (...) Llama la atención el mínimo impacto
afectivo que la representación mental de estas cuestiones (que las
víctimas hubieran sido su madre, su hermana o su hija) suponían en él".
Tras una breve estancia en la cárcel de Picassent, Ricart
fue trasladado a la de Castellón. En ambos centros estuvo en aislamiento
para protegerle del resto de los presos, que querían hacerle una
demostración "en vivo y en directo" de lo que es la ley de la cárcel.
Los informes psicológicos de aquella época describen al criminal como
una persona muy marcada por la temprana muerte de su madre y el
alcoholismo de su padre, que le llevaba a protagonizar episodios de
malos tratos. Se marchó de su casa a los 18 años. El interno es descrito
como una persona un tanto inmadura, con un desarrollo intelectual
inferior al de su edad, influenciable y extrovertido. Además, necesita
sentirse arropado por un grupo. Y en aquella época se reconocía como
consumidor esporádico de hachís, heroína y fármacos.
A principios de 1994, con la investigación de los crímenes
de Alcàsser más avanzada, Miguel Ricart fue trasladado a la prisión de
Herrera de La Mancha, donde ha pasado buena parte de la condena. En ese
centro el interno fue a la escuela para intentar sacarse el graduado
escolar y realizó algunos trabajos para el módulo, como pintarlo.
En abril de 1997 fue trasladado de nuevo a Valencia para
que asistiera al juicio por los atroces crímenes. Ricart fue ingresado
en un módulo en el que sólo estaba ocupada otra celda además de la suya.
A pesar de la soledad, se llegó a temer que llegaran a las manos. En
octubre de ese mismo año se le dio de baja en el programa de prevención
de suicidios en el que había estado incluido prácticamente desde los
primeros meses de reclusión.
Ya en 1999, de vuelta en Herrera de La Mancha, el Tribunal
Supremo confirmó la sentencia de Ricart. Hasta ese momento el recluso
había tenido como preventivo un régimen similar al primer grado, que a
partir de entonces se confirmó. Por aquella época el preso continuó
asistiendo a la escuela y se mostraba colaborador, una circunstancia
habitual cuando individuos de su perfil delictivo ingresan en prisión.
No obstante, tenía una cierta tendencia a la fabulación e insistía en
que nada tenía que ver con los hechos por los que había sido condenado,
al contrario de lo que manifestó en su primera entrevista con los
forenses del juzgado de Alzira. Sí admitía, en cambio, haber
protagonizado algún delito menor. Todos aquellos que por entonces
trataron con él destacan su afán de colaboración, probablemente también
determinado por su imposibilidad de relacionarse con otros reclusos, al
ser rechazado por ese colectivo, que incluso llegó a amenazarle.
Ya en 2000, Miguel Ricart fue trasladado a la cárcel de
Teixeiro (La Coruña), donde progresó de grado a raíz de un recurso que
presentó ante el juez de Vigilancia Penitenciaria. Sin embargo, en 2003
el recluso fue de nuevo calificado en primer grado coincidiendo con su
vuelta a Herrera de La Mancha.
Ricart no cesó en su empeño, volvió a recurrir y el juez de
Vigilancia Penitenciaria le concedió de nuevo el segundo grado. La
Fiscalía se opuso y la Audiencia de Valencia le dio la razón. Por
aquella época (noviembre de 2003), y al volver a estar en el foco de la
opinión pública Ricart sufrió un incidente en un patio, donde recibió
insultos y amenazas de otros internos, lo que obligó a aplicarle el
artículo 75 del Régimen Penitenciario que restringía sus movimientos
para que no coincidiera con otros presos y garantizar así su seguridad.
Por tercera vez, en 2005 volvió a pedir su progresión de
grado, que le volvió a ser concendida por el juez pero sólo en lo
relativo a su régimen de vida carcelaria, ya que prohibió expresamente
que disfrutara de permisos.
Ricart fue posteriomente interno de Zuera y posteriomente
pasó a Ciudad Real. Nadie le reconoce -su aspecto físico ha cambiado-,
tiene un comportamiento correcto y no ha tenido problema alguno de
convivencia. Trabaja como auxiliar en un taller, no ha recibido ni una
sola visita y ni siquiera tiene abogado. Su futuro no es precisamente
esperanzador. Pero todo arranca de un 13 de noviembre de 1992 cuando
arrancó la vida a Miriam, Toñi y Desirée.
No me quiero sentir culpable por vivir en un Estado injusto.
Buenas noches
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