martes, 9 de octubre de 2012

Un año sin Ruth y José


Ruth y José


Estremecedor, sobrecogedor, triste, desgraciado, y todos los apelativos negativos que queráis añadir a este año sin los niños Ruth y José. Han sido 365 años de lágrimas, de reivindicaciones, de protestas, y de un claro llamamiento a la justicia. 

Justicia contra el "presunto asesino" de las criaturas. No me entra en la cabeza, ni me entrará jamás como un ser, es capaz de asesinar a sangre de su sangre. Su descendencia, su vida, su herencia humana, el amor más grande e importante en la vida, el amor de unos padres a unos hijos.

Inconcebible el trato que se ha dado al caso, y la ineficacia de los medios con los que contaban. Ruth, la madre, gran defensora de los derechos de sus hijos, de la elevada capacidad de protección, y de querer la verdad de una vez por todas.

Un país, y una provincia, Córdoba, salían a la calle en pro de una madre y unos hijos, y de la búsqueda de justicia. No se sabe ni cómo ni por qué, pero aquel 8 de Octubre de 2011, ocurrió la mayor de las desgracias, la mayor de las calamidades, queriendo ser encubierta por parte de la familia del innombrable. En este caso, no existen lazos de parentesco, sino objetividad, y lucha por dos pequeños seres que ya no estarán con su madre ni con su familia.

Es triste e inconcebible. No soy padre, pero tampoco me hace falta serlo para darme cuenta del amor que se siente por unos hijos, aunque en mi caso sea al caso contrario, el amor por tus padres. No puedes ni perdonar ni olvidar. Se debe hacer justicia, y pedir prisión para el innombrable por un doble caso de asesinato con premeditación y alevosía.

Dice haber sido una víctima, y que las pruebas han sido manipuladas. Lo manipulado en este caso ha sido tu cerebro, tu mente, ni humana ni mortal. Una mentalidad en desórden con la sociedad, y un cuerpo carne de cárcel.

A continuación os dejo con un extracto de un artículo recogido en www.diariovasco.com, en el que se resume detalladamente lo ocurrido durante este fatídico año sin Ruth y José:

Su mundo, tal y como él concebía que debía ser, pendía de un hilo. La que había sido su esposa diez años estaba decidida a destruir esa idílica vida que, vista desde su velo, era perfecta, pero cuyos cimientos solo sustentaban castillos en el aire. En realidad, aunque él no quisiera aceptarlo, la relación ya se había vuelto insostenible. Fue entonces cuando decidió fraguar su venganza. Era «o conmigo, o sin mí... ni tampoco tus hijos». Llevaba unos meses en el paro cobrando apenas 400 euros al mes. Su mujer, años siguiéndole y con pocas experiencias laborales, había encontrado trabajo como veterinaria en la Delegación de Salud de Huelva. Ruth Ortiz empezaba a romper una burbuja invisible, lo que molestaba a su esposo.

José Bretón Gómez, vecino del barrio de La Viñuela, conoció a Ruth Ortiz cuando ella estaba estudiando Veterinaria en Córdoba. Contrajeron matrimonio en 2002 y vivieron durante unos meses en Córdoba. Antes lo hicieron como pareja en 'Las Quemadillas'. Más tarde se trasladaron a Almería y, finalmente, a una urbanización de la costa onubense, a escasos 20 kilómetros de Huelva, de donde es la mujer. Fruto del enlace nació la pequeña Ruth y cuatro años después, José. Aparentemente, formaban una familia normal. Quienes los conocen dicen que eran amables y educados. Pero la pareja estaba resquebrajándose. La personalidad manipuladora y controladora de Bretón tenía «aterrorizada» a su mujer, tal y como ella reconocería después ante el juez, que le acusa de dos delitos de asesinato con alevosía y la agravante de parentesco.

Ruth decidió que era el momento de poner punto y final a una relación basada en la sumisión. Ella lo llegó a definir como un «celoso enfermizo, envidioso, obsesivo, machista, intolerante, nada comprensivo, no es cariñoso, no es atento, no es detallista, percibe los defectos de los demás y los destaca». El 12 de septiembre de 2011, Ortiz, que había llegado a pedir ayuda al Instituto Andaluz de la Mujer, visitó a un psicólogo. Le confesó que ya no aguantaba más. Tres días después le anunció a José que quería que su convivencia terminara. El 17 de septiembre, ya separados de hecho, Bretón escribió a su mujer: «Dime por lo menos que lo vas a pensar hasta diciembre, para que viva con ilusión. Porque si no os tengo, para qué quiero la vida». Ella se mantuvo firme y la pareja, ya rota, estableció un régimen alterno de visitas para los pequeños. El progenitor regresó a Córdoba con sus padres y Ruth se quedó en Huelva.
Llegó el 2 de octubre y la pequeña Ruth cumplió 6 años. Lo celebró en la capital onubense, y allí, pese a todo, acudió José. Durante esa celebración, el padre llegó a decirle a algunos de los invitados que haría todo lo que fuera necesario para conseguir la custodia de los pequeños. La madre tenía miedo por sus hijos y el siguiente fin de semana, 7 y 8 de octubre, a Bretón le tocaba quedarse con sus vástagos. Así, Ruth trató de ganar tiempo. Un amigo de José se casaba en Córdoba ese fin de semana y ella le ofreció quedarse con los niños «y tú vas tranquilo a la boda, y el próximo fin de semana te los llevas al bautizo de tu sobrino Daniel». Pero su exmarido se opuso rotundamente.

Un fatídico 8 de octubre 
 
Como ha salido a la luz después, Bretón, durante sus estancias en Córdoba previas a esa fecha, estuvo, al menos, en doce ocasiones en la finca que sus padres tienen en la zona de 'Las Quemadillas'. Y llegó el fatídico día, el 8 de octubre. Bretón contó que esa mañana se quedó con sus hijos y sus sobrinos en casa de su hermana Catalina, en la calle Cristo, mientras ella se iba a hacer la compra a Carrefour. Hacia la una y veinte de la tarde, fue a casa de los abuelos, de donde salió rapidísimo. La abuela le reprendió por no dar de comer a sus hijos y les dio algo de pan. José se fue con sus hijos a la parcela de 'Las Quemadillas' y, según su testimonio, hacia las seis, acudió con sus hijos al Parque Cruz Conde. Los niños iban andando, él iba detrás, dice que estaba cansado y que se sentó en una barra de ejercicios, miró hacia un lado y luego, al volver la vista, ya no vio a los menores.

Sin embargo, la historia que contó a la Policía tenía muchos flecos sueltos, muchas aristas oscuras que siempre se han concentrado en el oscuro lapso de tiempo entre las 13.48 y la 18.30 horas, y que han reforzado las contradicciones de los familiares de Bretón. Por eso, a partir de ahí toda la investigación de la Policía se centró en 'Las Quemadillas'. En el interior de la finca, los indicios hallados hacían pensar lo peor. Los agentes encontraron dos cajas de tranquilizantes vacías, los restos de lo que parecía una hoguera y unos huesos entre los rescoldos.
Un primer informe forense determinó que los restos óseos pertenecían a animales, pero la verdad no empezaría a fraguarse hasta una calurosa tarde del pasado 17 de julio en Zafra. Francisco Etxeberria, médico forense de la UPV, especialista en Antropología, y Luis Avial, geólogo experto en el rastreo de restos humanos comparten un café y el descanso de su búsqueda en una mina de la vecina localidad pacense de Feria, donde siguen colaborando, como desde hace años, en la recuperación de cuerpos de la Guerra Civil.
Dientes infantiles
 
«¿Qué cojones estáis haciendo en Córdoba?», le espeta Etxeberria a Avial. «Estamos haciendo esto Paco». A la respuesta de Luis Avial le siguió un gesto directo. Abrió su portátil y enseñó al médico vasco las imágenes termográficas que había tomado en la 'Las Quemadillas', en el punto exacto de la famosa hoguera. «Ese hombre ha hecho un horno ahí, Luis. Lo que estáis buscando está delante de vosotros. Aquí hay mucho tomate. Es muy posible que se confundan a la hora de ver qué tipo de huesos son», señaló Etxeberria. Días más tarde, Avial traslada a los responsables de la investigación del 'caso Bretón' la opinión del profesor Francisco Etxeberría. «Por favor, llámele...», le solicita el comisario Serafín Castro.
 
Etxeberria y la Policía entran en contacto. El forense recibe nueve fotografías realizadas por los agentes. «Llama nuestra atención la semejanza que tienen algunos huesos y dientes a los humanos, y más concretamente a los dientes infantiles humanos». El 2 de agosto, la abogada de Ruth Ortiz, María del Reposo Carrero, ya sabe cuál es la opinión de Etxeberria. Como el juez del caso José Luis Rodríguez Lainz. El 14 de agosto, Francisco Etxeberría, con permiso judicial, examina durante 5 horas y 40 minutos los restos hallados en Córdoba. Caja a caja, los mira, los fotografía y anota. Tres días después, escribe: «Es verosímil y razonable considerar que los menores que se buscan tras su desaparición el 8 de octubre de 2011 fueron quemados en dicha hoguera». En el mes siguiente, otros cuatro informes de expertos forenses coincidirán con el pronóstico de Etxeberria. Uno a uno, como una gota china que cercenaba la tesis forense policial inicial que acabó despistando la investigación durante más de ocho meses.

Josefina Lamas, la autora del primer informe, y dos de sus jefes están expedientados por Interior, que a finales de agosto se topó con una opinión pública ávida de explicaciones por el tiempo perdido. A expensas de un ADN que se antoja imposible en dos gérmenes dentales que se estudian en Santiago de Compostela, y de que la actitud de Bretón, que sigue negando los hechos, no va a cambiar, solo resta un juicio con jurado popular, si la Audiencia Provincial no dice lo contrario. Y que Ruth Ortiz pueda dar sepultura a sus hijos.

Justicia por Ruth y José

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