Jamás entenderé el uso de la violencia en un país demócrata como el nuestro, ni el abuso de autoridad sobre un tema complicado de analizar, pero de plena actualidad. Sirva este mensaje pacifista como antesala a lo que escribo a continuación:
Entiendo la manera imperiosa de un pueblo de decidir su futuro, de saber su deseo cumplido, y de desligarse de una manera plena del Estado español. Comprendo la velocidad del tiempo y la rapidez de una sociedad deseosa de irse de un ente que le ha dado mas de lo que le ha quitado.
Una comunidad con la deuda para con el Estado español cifrada en el cuarto trimestre del año pasado, en 76.000 millones de euros, lo que a sus ciudadanos le suponen el 35 % del PIB. Una cantidad nada desdeñable, suponiendo en sí mas de la tercera parte del valor monetario de bienes y servicios sobre la demanda final.
Una parte nada menospreciada de la sociedad catalana desea desligarse del vinculo mas importante que ha tenido hasta la fecha. Si desean dejar España, es justo, dejar las cuentas claras. Algo que no va a ser posible de acuerdo a sus maltrechas cuentas con una balanza comercial negativa, un descomunal déficit, y una confianza internacional por los suelos.
Si preguntando a las grandes multinacionales sitas en la capital catalana sobre la posible independencia de Cataluña, responden de inmediato, que su salida sería inminente. ¿Qué salida económica tiene un país con una deuda super elevada, una prima de riesgo que triplica la española, y una tasa de paro voluble a los cambios organizativos del Govern?
Si en su día se barajaba un referéndum para el Estado español, en que cada uno de los mas de 47 millones de españoles (eliminando menores de edad) valoraran la salida o no de una Comunidad Autónoma, ¿cómo ahora queremos un referéndum para SÓLO los deseosos de eliminar la rojigualda de sus balcones?
Debemos pensar que los catalanes anti España están dispuestos a pagar la deuda de 10.000 € por persona para desligarse de lo que para ellos es el monstruo que no les permite ser libres ni ejecutar derecho alguno.
No soy una persona de radicalismos, ni mucho menos, y quien me conoce, puede dar fe de ello. Pero casi siempre suelo ser coherente con mis palabras y mis actos. Aunque falle. Esa misma coherencia pido a ambos bandos.
A Mariano le pido presencia, diálogo, y cambio de leyes. Porque si nos quedamos en el ayer, nunca vamos a dar un paso adelante. Desde el inmovilismo no se puede negociar. Pero también valoro el cumplimiento de la Constitución española en cada uno de sus términos. No es una contradicción. Pido cambios pero a su debido tiempo y no con urnas de plástico, y votaciones por duplicado.
Al Govern, encabezado por Carles Puigdemont, les pido escucha, coherencia económica. Os pido calma. Valoro la sociedad catalana, porque tal como hablaba hoy con mi entorno, ha sido ejemplo de conducta. Pero no olvidaremos por parte de todos, las imágenes de ayer.
Condeno la violencia porque de ser por mí, hubiese dejado votar. Como a un niño le dejas jugar con la dichosa pelota. Pero es una cuestión de tiempos y de orgullos. Y si no empezamos a modificar nuestras posiciones y alejarnos del anquilosado muro que nos separa, seremos la vergüenza de país que puntualmente fuimos ayer.
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