viernes, 6 de diciembre de 2013

Muere la voz del Mundo




Muy buenas tardes a todos/as.

Feliz Día de la Constitución española.

Se nos ha ido la voz del Mundo, de la reconciliación, la solidaridad, la paz, el apoyo a los marginados. La persona que enfrentándose a las grandes potencias mundiales, pudo ganar batallas en pro de la sociedad. Un luchador que se nos ha ido, y le escribo este homenaje, a un gran hombre, Nelson Mandela.

Tristeza, y cierta melancolía recorren mi cuerpo en el momento de ser testigo de una triste noticia. El Mundo entero vela a un hombre bueno y generoso, frio e inteligente que logró con grandes esfuerzos, luchar contra el apartheid del pueblo africano.

Aliento de millones de personas en el Mundo.

Alimento para las personas que dejaron de creer en la idea de sociedad. Fue el ingrediente principal para luchar contra las desigualdades, y a favor de los derechos y de las libertades de los seres humanos. Porque por encima de todo, Nelson Mandela era un gran ser humano.

Fue un icono mundial de la reconciliación, y debemos recorrer el Mundo tal y como lo hizo él, regalando palabras y hechos de verdad que consiguieron libertades, que deben ser mantenidas en el tiempo. Y ese será nuestro legado. El regalo de Nelson Mandela.

Mandela fue un líder guerrillero. Y, como tal, recibió entrenamiento militar en Argelia, país que en aquellos primeros años de las independencias africanas acogía a todos los movimientos de liberación de los países aún por descolonizar. El grupo armado que lideraba protagonizó más de un centenar de atentados y ataques y hubo víctimas mortales. ¿Se refería a esto Mandela cuando hablaba de puntos negros en su última entrevista de televisión? Es posible. 

Lo cierto es que años después decidió renunciar a la violencia. Y, una vez más, lo hizo convencido. Como recuerda con genialidad el periodista y escritor Richard Stengel, coautor junto al propio Mandela de "El largo camino hacia la libertad", estamos ante una persona muy pragmática que no sólo se dio cuenta de que la lucha armada no era el camino, sino de que con ella nunca obtendría el respaldo de la comunidad internacional. Y rectificó, cambió de rumbo, se adaptó a las circunstancias.

Condenado a cadena perpetua por terrorismo, sabotaje y conspiración para derrocar al Gobierno mediante revolución e invasión de fuerzas extranjeras, Mandela entró en la prisión de máxima seguridad de Robben Island cuando ya estaba casado con su segunda mujer, Winnie Mandela. Y sufrió lo indecible, como lo hubiera hecho cualquier ser humano, no solo por la falta de libertad y el maltrato, sino por la brutal separación de su familia y seres queridos. Sólo se le permitía ver a su mujer una vez cada seis meses y todas sus comunicaciones por carta con ella eran convenientemente filtradas y estaban expuestas a la censura. Se vio obligado a hacer trabajos forzados, se puso enfermo, tuvo miedo a no volver a salir de allí nunca más. Y ese miedo le hizo más fuerte de lo que nunca pudo imaginar.

Lo ha contado él mismo en su autobiografía y en las entrevistas que concedió después, ya como presidente de Sudáfrica o en los últimos años de su vida. Sus carceleros quisieron doblegar su espíritu, pero fue justo al contrario. Su actitud, su fuerza interior, le salvaron. Pasó de ser detestado a ser admirado por quienes le mantenían encerrado. Desposeído de todo, le quedaba la dignidad y esa nunca la perdió. Se rebeló, incluso en Robben Island, y se convirtió en el líder de los presos que le acompañaron hasta allí. Y, con el tiempo, en el interlocutor necesario con un Gobierno sudafricano asediado por la comunidad internacional y convencido ya de que había que poner fin al apartheid. Fue en la cárcel donde Mandela se convirtió en un símbolo.

La última etapa de su vida es la más conocida. La salida de la cárcel, la negociación, las elecciones, su llegada a la Presidencia de Sudáfrica, el Premio Nobel de la Paz, su papel como líder africano y mundial, sus mediaciones en conflictos internacionales… Superada su relación con la controvertida Winnie Mandela y casado en terceras nupcias con Graça Machel, llegó también el día en que Nelson Mandela, un hombre ya anciano, quiso descansar. De esto hace casi una década. “No me llamen, ya les llamo yo”, aseguró públicamente, “quiero jubilarme de la jubilación”.

De él se ha dicho mucho, y mucho más oirán estos días, pero de todas las descripciones que he leído sobre él una de las que más me ha impresionado la firma el Dalai Lama: “A menudo me encuentro con gente extraordinaria y especial, líderes espirituales, realeza, premios Nobel, presidentes, iconos mundiales. Casi siempre la reputación que les precede es algo exagerada, creando una atmósfera de grandeza a su alrededor. Cada vez que me encuentro con ellos, descubro que las personas no son tan grandes como su reputación. Preparando mi encuentro con Nelson Mandela, descubrí que su reputación era, de hecho, la más grande del mundo. No hay nadie más grande que él vivo en el Planeta en este momento. Y solo en su caso encontré que la persona era mayor que la reputación”. 

Así es Mandela. Profundamente humano. 

Nelson Mandela, D.E.P.



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