Muy buenas tardes a todos/as.
Feliz Día de la Constitución española.
Se nos ha ido la voz del Mundo, de la reconciliación, la solidaridad, la paz, el apoyo a los marginados. La persona que enfrentándose a las grandes potencias mundiales, pudo ganar batallas en pro de la sociedad. Un luchador que se nos ha ido, y le escribo este homenaje, a un gran hombre, Nelson Mandela.
Tristeza, y cierta melancolía recorren mi cuerpo en el momento de ser testigo de una triste noticia. El Mundo entero vela a un hombre bueno y generoso, frio e inteligente que logró con grandes esfuerzos, luchar contra el apartheid del pueblo africano.
Aliento de millones de personas en el Mundo.
Alimento para las personas que dejaron de creer en la idea de sociedad. Fue el ingrediente principal para luchar contra las desigualdades, y a favor de los derechos y de las libertades de los seres humanos. Porque por encima de todo, Nelson Mandela era un gran ser humano.
Fue un icono mundial de la reconciliación, y debemos recorrer el Mundo tal y como lo hizo él, regalando palabras y hechos de verdad que consiguieron libertades, que deben ser mantenidas en el tiempo. Y ese será nuestro legado. El regalo de Nelson Mandela.
Mandela fue un líder
guerrillero. Y, como tal, recibió entrenamiento militar en Argelia, país que en
aquellos primeros años de las independencias africanas acogía a todos los
movimientos de liberación de los países aún por descolonizar. El grupo armado
que lideraba protagonizó más de un centenar de atentados y ataques y hubo
víctimas mortales. ¿Se refería a esto Mandela cuando hablaba de puntos negros en su última entrevista de televisión?
Es posible.
Lo cierto es que años después decidió renunciar a la violencia. Y,
una vez más, lo hizo convencido. Como recuerda con genialidad el periodista y
escritor Richard Stengel, coautor junto al propio Mandela de "El largo camino
hacia la libertad", estamos ante una persona muy pragmática que no sólo se dio
cuenta de que la lucha armada no era el camino, sino de que con ella nunca
obtendría el respaldo de la comunidad internacional. Y rectificó, cambió de
rumbo, se adaptó a las circunstancias.
Condenado a cadena perpetua por
terrorismo, sabotaje y conspiración para derrocar al Gobierno mediante
revolución e invasión de fuerzas extranjeras, Mandela entró en la prisión de
máxima seguridad de Robben Island cuando ya estaba casado con su segunda mujer,
Winnie Mandela. Y sufrió lo indecible, como lo hubiera hecho cualquier ser
humano, no solo por la falta de libertad y el maltrato, sino por la brutal
separación de su familia y seres queridos. Sólo se le permitía ver a su mujer
una vez cada seis meses y todas sus comunicaciones por carta con ella eran
convenientemente filtradas y estaban expuestas a la censura. Se vio obligado a
hacer trabajos forzados, se puso enfermo, tuvo miedo a no volver a salir de
allí nunca más. Y ese miedo le hizo más fuerte de lo que nunca pudo imaginar.
Lo ha contado él mismo en su
autobiografía y en las entrevistas que concedió después, ya como presidente de
Sudáfrica o en los últimos años de su vida. Sus carceleros quisieron doblegar
su espíritu, pero fue justo al contrario. Su actitud, su fuerza interior, le
salvaron. Pasó de ser detestado a ser admirado por quienes le mantenían
encerrado. Desposeído de todo, le quedaba la dignidad y esa nunca la perdió. Se
rebeló, incluso en Robben Island, y se convirtió en el líder de los presos que
le acompañaron hasta allí. Y, con el tiempo, en el interlocutor necesario con
un Gobierno sudafricano asediado por la comunidad internacional y convencido ya
de que había que poner fin al apartheid. Fue en la cárcel donde Mandela se
convirtió en un símbolo.
La última etapa de su vida es la
más conocida. La salida de la cárcel, la negociación, las elecciones, su llegada
a la Presidencia de Sudáfrica, el Premio Nobel de la Paz, su papel como líder
africano y mundial, sus mediaciones en conflictos internacionales… Superada su
relación con la controvertida Winnie Mandela y casado en terceras nupcias con
Graça Machel, llegó también el día en que Nelson Mandela, un hombre ya anciano, quiso
descansar. De esto hace casi una década. “No me llamen, ya les llamo yo”,
aseguró públicamente, “quiero jubilarme de la jubilación”.
De él se ha dicho mucho, y mucho más oirán estos días, pero de todas
las descripciones que he leído sobre él una de las que más me ha impresionado
la firma el Dalai Lama: “A menudo me encuentro con gente extraordinaria y
especial, líderes espirituales, realeza, premios Nobel, presidentes, iconos
mundiales. Casi siempre la reputación que les precede es algo exagerada, creando
una atmósfera de grandeza a su alrededor. Cada vez que me encuentro con ellos,
descubro que las personas no son tan grandes como su reputación. Preparando mi
encuentro con Nelson Mandela, descubrí que su reputación era, de hecho, la más
grande del mundo. No hay nadie más grande que él vivo en el Planeta en este
momento. Y solo en su caso encontré que la persona era mayor que la
reputación”.
Así es Mandela. Profundamente humano.
Nelson Mandela, D.E.P.
Nelson Mandela, D.E.P.
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